Pilar Bernal Zamora |
Zaragoza (EFE).- Cámaras espía dentro de corbatas, relojes o bolsos o dispositivos fotográficos que viajaron por el espacio para captar conflictos bélicos son algunos de los objetos que forman parte de la colección ‘Aparatos y cámaras de uso militar’, una de las muestras más completas de Europa que se exhibe en la antigua Capitanía de Zaragoza hasta el 1 de junio con motivo del Día de las Fuerzas Armadas.
«Tenemos cámaras de guerra, visores del siglo XIX, aparatos utilizados en conflictos internacionales y muchas piezas de espionaje», explica el responsable de la empresa Foticos Collection y dueño del material expuesto, Jesús Fernández, en declaraciones a EFE.

Su colección, cuidadosamente documentada, restaurada y digitalizada, ofrece una perspectiva histórica y técnica del papel de la fotografía y la óptica desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, pasando por conflictos como la Guerra Civil Española, las dos Guerras Mundiales o la Guerra Fría.
Espionaje, guerra y tecnología pionera
La exposición, bajo el hilo conductor del carácter militar, permite observar aparatos auténticos utilizados por servicios secretos estadounidenses, soviéticos y del bloque oriental durante toda la historia. «Todo lo que se muestra se ha utilizado realmente, no hay réplicas», señala Fernández mientras enseña una cámara oculta en un reloj de pulsera y otra incorporada a un bolso.
También hay cámaras aéreas de gran formato y dispositivos desarrollados por la URSS para tomar imágenes en el espacio. Una, incluso, voló al espacio en la nave rusa Soyuz en la década de los años 70.
Si algo destaca de la colección es la llamada Gaumont, una cámara aérea de cerca de 20 kilos fabricada en Francia y datada en 1918 para la Primera Guerra Mundial que nunca llegó a utilizarse. «Es la única que se conserva, ya que todas las que se fabricaron se destruyeron cuando las avionetas donde se encontraban se estrellaban», señala Fernández.
La historia, el elemento clave de la fotografía
Cada pieza expuesta tiene una historia detrás. Algunas sorprenden por su contexto político, como una cámara japonesa en miniatura de los años 40 en la que puede leerse ‘Imperio ocupado’, en referencia al periodo de ocupación estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial.
Otras, en cambio, resaltan por su rareza técnica: se muestra la cámara química en negativo más pequeña jamás fabricada. «No sabemos quién la utilizó, pero fue hecha en plena guerra», subraya el coleccionista, quien ve en esas peculiares historias el elemento más especial de los objetos.
Y es que, aunque la función de una cámara siempre ha sido captar historias, estos objetos también son protagonistas de sus propias narraciones. Y eso es precisamente lo que consigue conquistar a Fernández. «El coleccionista compra lo que le gusta, yo en cambio compro lo que es conveniente para un museo. Compro historias», afirma.

«Una cámara usada por Robert Capa o Marilyn Monroe puede valer tres veces más. El uso real, y sobre todo quién la utilizó, marca su valor». Por eso, muchas piezas de su colección no solo representan una época, sino también una biografía, una misión secreta, una batalla o una revolución tecnológica.
De hecho, para Fernández estos relatos son la clave para captar la atención del público. «El visitante busca historias. Ver que esa misma cámara fue la que utilizó un espía ruso, o que ese objeto es el único en el mundo. Luego, el modelo y la velocidad que tenga el obturador, la luminosidad, dan un poco igual», describe Fernández.
Una colección impulsada por la fotografía estereoscópica
El alma de la colección es la estereoscopía, una técnica que permite ver imágenes tridimensionales combinando dos perspectivas similares de una misma escena, y que aún se utiliza en el ámbito militar. «Tengo más de 2.500 visores y cámara estereoscópicas. En esto sí que somos una de las colecciones número uno del mundo», afirma orgulloso.
Estos visores permitían a los militares saber desde una toma aérea si había enemigos escondidos entre las montañas, gracias a que la distancia reflejada en las tomas era diferente a la habitual. «Con el visor, parece que estás allí. Es como la nueva realidad virtual… pero de 1840», comenta mientras ajusta uno de los dispositivos ópticos.
Historia y orgullo español
Aunque muchas de las piezas provienen de países con tradición industrial como Alemania, Francia, Estados Unidos o Japón, Fernández muestra especial aprecio por la tecnología desarrollada en España durante los periodos bélicos.

«En los años 40, en plena posguerra, alguien fabricaba en Madrid estas cámaras espía de baquelita. No se conocen versiones verdes. Solo existe esta», explica mientras señala el pequeño aparato fotográfico. También menciona con iración marcas nacionales como Anaca, originaria de Murcia, o cámaras diseñadas artesanalmente en Mallorca.
Más que coleccionismo: conservación y futuro
Actualmente, cuatro trabajadores de la empresa de Fernández se dedican exclusivamente a la restauración y documentación de las piezas. «Algunas llevan semanas de trabajo para restaurarlas, o incluso para documentarlas. Hay piezas que no aparecen en Google», explica el coleccionista que, tras más de 40 años en busca de joyas fotográficas, ha reunido más de 16.000 piezas.
Todo ello con la ambición final de hacer de este proyecto algo duradero. «Estoy convencido de que algún día esta colección se convertirá en un museo. Porque todo esto merece ser compartido. Estamos invirtiendo en futuro, en cultura, en patrimonio», concluye.