Silvia Bejarano |
Toledo (EFE).- El periodista Enrique Sánchez Lubián ha investigado, y publicado en un libro, el devenir de los presos que construyeron la Academia de Infantería de Toledo tras la Guerra Civil española y ha identificado a 2.800 de los 3.000 penados que pasaron por estas obras a lo largo de cinco años, a partir de finales del año 1941.
Sánchez Lubián, periodista nacido en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) que fue jefe de prensa del Ayuntamiento de Toledo hasta que se jubiló en 2021, desgrana en una entrevista con EFE los resultados de una investigación que le ha llevado dos años y medio y que ha plasmado en el libro ‘Los presos que construyeron la Academia de Toledo con ese olor a guerra detrás’, que presenta esta semana.
Un nuevo libro, de los más de cuarenta que ya tiene en su haber -la mitad como autor único-, en el que aborda la construcción de la Academia de Infantería por una colonia penitenciaria militarizada tras la Guerra Civil, un asunto del que prácticamente no se había escrito nunca y que la historiografía toledana apenas lo ha tratado.
Un trabajo de 2011, el único estudio previo
La única persona que se había acercado a este tema, cuenta Sánchez Lubián, es el coronel José Luis Isabel, que había sido profesor de la Academia y es miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, a raíz de un trabajo que le encargó en 2011 la revista ‘Archivo Secreto’ que edita el Ayuntamiento.
Si bien solo pudo conseguir el testimonio de un preso que había trabajado en la construcción de la Academia de Infantería de Toledo.
Esto suscitó su interés y comenzó a indagar para saber quiénes eran esos presos y cómo habían llegado a Toledo y, según relata, empezó a tirar de un hilo hasta que logró bastantes datos, aunque sueltos y muy dispersos, a partir de los que armó este libro.
Pero no solo desde el punto de vista documental, sino también «desde un punto de vista personal», porque ha encontrado a familiares de los presos que le han aportado esa visión «más humana, más cercana y más personal» de la colonia penitenciaria.
Expropiación del antiguo barrio de San Blas
Fruto de la investigación, el autor del libro explica que una vez que terminó la Guerra Civil, el Alcázar de Toledo estaba destruido y tanto el Ejército como el Ayuntamiento querían que las enseñanzas militares volviesen otra vez a la ciudad.
Para ello, el Ayuntamiento cedió 800.000 metros cuadrados de terreno en la zona de Santa Bárbara, en las inmediaciones del Cerro Cortado y la fuente de la Corona, y también afectaba al barrio de San Blas, de unas 200 o 300 personas en las inmediaciones del castillo de San Servando.
Para hacer la Academia de Infantería, ese barrio se expropió y sus vecinos fueron desalojados, y el Ayuntamiento percibió una cantidad de 600.000 pesetas para pagar las indemnizaciones.
200 millones de pesetas para la Academia de Infantería
A finales del año 1941 y principios de 1942, continúa Sánchez Lubián, comenzaron las obras de la Academia, que se adjudicaron a una entidad que se llamaba el Servicio de colonias penitenciarias militarizadas, por una cantidad de 200 millones de pesetas.
Para nutrir a esta colonia se solicitaron presos de distintas prisiones de toda España acogiéndose al sistema de redención de penas.

Así llegaron diferentes contingentes que estuvieron en Toledo hasta el año 1946, cuando trasladaron a los presos a la zona de Sevilla, a Dos Hermanas, para trabajar en otra obra pública, el Canal de los presos.
Durante ese lustro en Toledo, por la colonia penitenciaria pasaron aproximadamente más de 3.000 presos, de los que Sánchez Lubián ha conseguido documentar e identificar a unos 2.800, que se recogen al final del libro en un anexo.
De Andalucía, Levante y Madrid
Sobre su procedencia, al autor le ha llamado la atención que las provincias de donde más venían eran Jaén, Granada, Almería, el Levante, Madrid y la provincia de Toledo.
Muchos de ellos se quedaron a vivir en Toledo, la mayoría en el barrio de Santa Bárbara por cercanía al trabajo y porque, mediante el sistema decano, el Ayuntamiento les cedía un terreno y podían construirse sus propias casas.
Explica Sánchez Lubián que esto se debió a varias razones: a algunos les daba «apuro» regresar a sus pueblos con el estigma de haber sido presos republicanos, otros porque con la libertad condicional se les concedió el derecho a seguir trabajando en la obra de la Academia de Toledo como obreros libres, y otros porque sus familias se habían ido a vivir a Toledo mientras sus padres o abuelos estaban presos.
Además, al acceder a la libertad condicional muchos lo hacían con el condicionante del destierro, que podía ser de hasta 200 kilómetros de distancia de su lugar de origen, por lo que algunos de estos presos «no tenían a donde ir y prefirieron quedarse en Toledo», ha reseñado.
Trabajar en la colonia penitenciaria para huir del miedo
También ha puesto el acento en que muchos de ellos preferían trabajar en la colonia penitenciaria en vez de seguir en la cárcel, porque así redimían pena, trabajaban al aire libre y no encerrados.
Además, tenían un suplemento de alimentación y, sobre todo, habían visto cómo compañeros de celda eran fusilados y querían huir de esa «presión psicológica» y del «miedo».
De esta forma, ha puesto la lupa el periodista en lo que conllevaron los trabajos forzados durante el franquismo en Toledo y aparte de la colonia de presos que levantó la Academia de Infantería, el destacamento penal Vega Baja construyó los bloques de Reconquista.
El Servicio de regiones devastadas también trabajó en la rehabilitación de la plaza de Zocodover y del Alcázar, así como construyó los chalés de la Escuela de Gimnasia y rehabilitó daños en iglesias y conventos.