El teatro de hilos y muñecos, documentado ya hace 2.500 años, sobrevive en una sociedad digital y tecnológica para transmitir valores de esperanza frente a la frustración y desasosiego como hace Raimon Ruiz (compañía Minusmal) en Titirimundi con su espectáculo 'Nil', según explica en una entrevista con la Agencia EFE.-EFE/ Pablo Martín

La literatura y la información ya viajaban en los carros de los titiriteros desde el XVI

Roberto Jiménez|Segovia (EFE).- Mucho antes de los terabyte, internet y de la vertiginosa inmediatez de las redes sociales, la información viajaba sin tanto apremio en los carros de los titiriteros: herederos de los juglares porque ponían al día, entretenían y criticaban mediante relatos también de pergeño literario.

Cervantes recurrió en El Quijote a uno de ellos (Maese Pedro) para contar una historia de tradición oral, Quevedo los empleó como lustre de sus conocidas sátiras y García Lorca vislumbró en los muñecos una alegoría de la naturaleza humana («Los títeres de cachiporra»): todo un universo que, siglos después, sigue reflejando Titirimundi.

El teatro de hilos y muñecos, documentado ya hace 2.500 años, sobrevive en una sociedad digital y tecnológica para transmitir valores de esperanza frente a la frustración y desasosiego como hace Raimon Ruiz (compañía Minusmal) en Titirimundi con su espectáculo ‘Nil’, según explica en una entrevista con la Agencia EFE/ Pablo Martín

Juglares del XXI

Desde hace cuarenta años, el Festival Internacional de Títeres reúne durante unos días en Segovia a una pléyade de juglares del siglo XXI, entre ellos Raimon Ruiz del Río, que este miércoles tira del hilo para desentrañar la condición humana a través de ‘Nil’, el personaje con el que ha debutado en Titirimundi.

«Somos él y yo. Nil intenta abrir una caja que simboliza los problemas a los que nos enfrentamos constantemente y que afrontamos de diferentes maneras: desde la curiosidad, con ingenio e incluso la fuerza bruta cuando perdemos el control», ha explicado a EFE Raimon Ruiz (Térrasa, 1978), afincado desde hace años en Monachil (Granada).

Diálogo sin palabras

Ambos entablan un diálogo sin palabras. Raimon Ruiz prescinde del relato «porque la fuerza de la imagen y del gesto es mucho más importante: el texto a veces enmascara lo que está pasando, distrae de lo esencial, por eso prefiero poner el énfasis en lo que sucede más que en lo que se dice, es mi forma de crear», ha apuntado.

Es un juglar pero artesano a un tiempo porque él mismo construye sus marionetas en su taller de Granada a partir de diseños realizados en 3D, e incluso elabora la música de sus producciones, cuida de la escenografía y se ocupa de la dirección… de todo menos su vestuario y el de los personajes, que llevan la firma de su madre.

El títere: una ciencia inexacta

Aunque estudió Físicas, el proceso creativo no representa una ciencia exacta para este artista con raíces castellanas en Cervillego de la Cruz (Valladolid), el pueblo de su madre, donde pasaba los veranos de su infancia y adonde ha regresado durante estancias temporales concebidas como un laboratorio de proyectos e ideas.

«Antes me venía un personaje, me salía, me inspiraba y, a partir de ahí, le buscaba una historia que llevaba dentro, pero ahora lo hago al revés», ha explicado Raimón Ruiz, que tras ignorar la docencia, la investigación y la empresa, los tres caminos que le ofrecía tu condición de físico, en 2009 decidió crear «Minusmal», su compañía.

Un rana que tocaba el piano y que «¡parecía viva!» fue el detonante de todo, ha evocado aquella marioneta que en 2003 vio en Las Ramblas de Barcelona durante un paseo y marcó, desde entonces, un devenir personal y profesional que comenzó con espectáculos de calle en ciudades de España y de Europa.

A partir de 2009 comenzó a viajar por los principales festivales europeos (festival Charleville-Mezières en Francia, Titelles en Lleida, Teatralia en Madrid), y ahora debuta en Titirimundi después de haber paseado sus espectáculos también por Alemania, Bélgica y Países Bajos.

Reivindicación

Con el paso de los años, Raimon Ruiz sigue empeñado en demostrar que el de los títeres «no es un arte menor» en comparación con el teatro de calle o el circo: «Ni mucho menos, no tiene nada que envidiar, ofrece mucha calidad».

«En esa lucha estamos. Los títeres no son de categoría inferior ni tampoco están exclusivamente enfocados para los niños, eso es un error: es un género escénico para todas las edades y todos los públicos sean de la edad que sean», ha concluido. EFE