Barcelona (EFE).- ¿Hay en el pensamiento y la praxis de Lenin el rastro genético de las atrocidades cometidas posteriormente por el estalinismo? ¿O fue el líder de la revolución bolchevique un intelectual visionario cuya muerte temprana, en 1924, frustró una evolución más humana de la experiencia soviética?
A estos interrogantes busca una respuesta la historiadora sa Hélène Carrère d’Encausse, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2023, en «Lenin», una biografía del mito revolucionario ruso publicada por Espasa en el centenario de su muerte.
Carrère d’Encausse, fallecida el pasado 5 de agosto a los 94 años y una de las mayores expertas en historia de la Rusia zarista y de la Unión Soviética, aborda todos los ángulos de la controvertida figura de Lenin, a quien los historiadores suelen tratar con mucha más indulgencia que a su sucesor al frente del coloso soviético.
En 582 páginas, Carrère d’Encausse, madre del célebre escritor y periodista Emmanuel Carrère, escruta las luces y sombras de un personaje lleno de contradicciones, que consagró su vida a hacer realidad sus consignas de libertad, pero que, al mismo tiempo, era incapaz de mostrar compasión por el sufrimiento provocado por los bolcheviques en su empeño por conservar el poder a cualquier precio.
Esta «contradicción entre el discurso humanista y una práctica deshumanizada», señala la autora, ha esquivado el severo juicio de la Historia, en cuyas vitrinas aparece Lenin como un prodigioso cerebro «táctico» y un «genio político» que supo transformar un proyecto utópico en un Estado duradero con pretensión universal.

Es a Stalin a quien condena la memoria como el «monstruo» responsable de una degeneración totalitaria, si bien Carrère d’Encausse identifica rasgos preocupantes en el legado de Lenin.
Le reconoce destellos de lucidez histórica, como sus precoces llamamientos a la lucha anticolonial, al entender que la revolución mundial no tenía necesariamente que empezar por la Europa occidental más industrializada.
Lenin tuvo la osadía -y clarividencia- de desear la derrota de Rusia en la Primera Guerra Mundial porque intuía que a continuación vendría el derrumbe del zarismo y una oportunidad única para poner patas arriba el orden mundial.
También acertó en el método: fue él quien, al no confiar en la espontaneidad de las masas, teorizó sobre la necesidad de articular un partido monolítico, disciplinado, casi militarizado, que actuase como vanguardia de la clase obrera, y así consiguió en octubre de 1917 que los bolcheviques tomaran decididamente el poder.
Pero a partir de ahí, las sombras en su biografía se expanden: no pasa ni un mes desde la revolución de octubre cuando, en las elecciones a la Asamblea Constituyente, los bolcheviques quedan lejos de la mayoría y Lenin, en lugar de dar un paso atrás, disuelve el parlamento y desmantela los brotes de «democracia burguesa».
Las Chekas
Para asentar el dominio de su partido, no duda en crear un instrumento implacable de represión, la Cheka, prohibir la prensa crítica, encarcelar a la disidencia e imponer lo que entonces se llamó sin tapujos el «Terror Rojo», para conservar el poder y edificar la sociedad comunista a la que aspiraba.
En su obra «El Estado y la revolución», Lenin invocaba los principios utópicos favorables a la desaparición progresiva del Estado a medida que la sociedad transitase hacia la armonía del comunismo, pero en la práctica la autoridad estatal -amenazada de entrada por los ejércitos rebeldes blancos, con el apoyo de las potencias extranjeras- no paró de crecer y burocratizarse.
El pavoroso gulag estalinista, de hecho, tiene precedentes con Lenin aún vivo: desde 1918 había campos de concentración.
Su política de requisas forzosas de las cosechas y la fiereza represiva contra el campesinado condujo a una hambruna a principios de los años veinte, que solo pudo mitigarse con la Nueva Política Económica, la NEP.
«Indudablemente Lenin siempre quiere, como todos los utopistas, la felicidad de la humanidad, pero, como todos los fundadores de utopías, abandona al ser humano en beneficio de la entidad abstracta», concluye Carrère d’Encausse.