València (EFE).- El escritor Santiago Posteguillo, una de las decenas de miles de personas afectadas por la dana de Valencia, ha advertido a los políticos de que «es muy cruel no avisar», en referencia a la llegada de la gran riada del 29 de octubre, pero aún lo es «más no ayudar con la energía que hace falta».
Posteguillo (València, 1967), uno de los escritores de novela histórica más reconocidos y superventas en español, explicó el pasado viernes en el Senado su experiencia personal como afectado de la dana, que vivió con su pareja en una vivienda de Paiporta a 50 metros del barranco del Poyo, según relata en un vídeo con parte de su intervención que ahora se ha hecho público en redes sociales, con miles de visualizaciones y «me gusta».

El «profundo desamparo» de los afectados
El novelista ha puesto de manifiesto el profundo desamparo que sienten los habitantes del área metropolitana de València ante el papel -en esa jornada y las posteriores- de las instituciones públicas hasta el punto de exclamar: «¡Cómo se puede ser, por favor, desde las instituciones tan miserable!».
En su alocución en la Cámara alta, Posteguillo se dirigió a los senadores para pedirles «en la pequeña o gran influencia que puedan tener» que corrijan la falta de iniciativa institucional porque «es muy cruel no avisar, pero es aún más cruel no ayudar con la energía que hace falta».
Como autor de novelas históricas, comparó la actuación de los representantes públicos en la antigua Roma y la actualidad, al comentar que hace 2.000 años los dirigentes «se mataban entre ellos» mientras que ahora, señaló, «la sensación que hay en todas las poblaciones de las que yo vengo es que los políticos del siglo XXI apuñalan al pueblo».
«Esa es la sensación que hay», reiteró el escritor, quien el fatídico 29 de octubre a las 18.40 horas revisaba el contenido de la conferencia en el Senado y fue interrumpido por su pareja para subir a la planta de arriba porque se desbordaba el agua del barranco del Poyo pese a que, recalcó, «nadie» había avisado del desastre.

Posteguillo vio «gente desaparecer en el agua»
Recordó que, como «probablemente mucha gente», bajó al garaje para cambiar el coche de sitio pero que ya había un palmo de agua; siguió su intuición y el consejo de los vecinos de no mover el vehículo, el cual fue arrastrado a 4 kilómetros de distancia.
Para Posteguillo fue impresionante que en solo trece minutos la lámina de agua se convirtiera en «un torrente brutal de dos metros sin control arrastrando árboles, ramas y coches», un caudal que se llevó una nave industrial cercana, y la librería que había en los bajos del edificio.
Durante seis horas «sin parar de torrentera» tuvo «miedo por la estructura del inmueble» y añadió que en ese periodo vio «gente desaparecer en el agua».

«No se pueden imaginar lo que está pasando esa gente»
«Nos acostamos sin luz ni agua pensando que, lógicamente, al amanecer estará la Guardia Civil, los bomberos y el Ejército, pero -subrayó- al amanecer no había nadie».
Solamente, en mitad de la plaza, estaba el cadáver de una joven china a la que recuerda por haberle comprado agua «y al lado su madre velando el cadáver» aunque «no había Policía ni Ejército». «No había nadie en todo un día» en un escenario de «coches volcados, todo lleno de barro, silencio y miedo», prosiguió Posteguillo, antes de cayera la noche y hubiera «saqueos».
Y llegó el segundo amanecer sin que tampoco llegara «nadie» y todo seguía igual, salvo que los vecinos habían trasladado el cadáver a un bajo.
«¿Cómo puede ser que en 48 horas no venga nadie? ¿Alguien me lo pueden explicar, en España en el siglo XXI?», se preguntó en voz alta. Él decidió salir de allí por sus propios medios al tercer amanecer, cuando seguía sin haber «nadie institucional» aunque sí «empezaban a llegar los voluntarios».
Cogió su ordenador y las notas de su novela, y junto a su pareja emprendió el camino a pie a la ciudad de València, donde tiene un piso, y en el trayecto se topó con «un espectáculo de devastación» como no había visto «en la vida».
«Y como no creo que la gente se imagine, viendo gente que con una manguera habían hecho cola con cubos para coger agua», «con cadáveres que todavía no habían podido retirar, coches volcados y todos los edificios destrozados», describió.
«No se pueden imaginar lo que está pasando esa gente. No pueden concebir el nivel y la sensación que tiene la gente en esas poblaciones: Paiporta, Algemesí, Alfafar… porque no se está llevando la ayuda institucional que hace falta», según el novelista.
A su juicio, «gracias a Dios el pueblo es siempre diferente» aunque matizó que solo «con palas no se puede» y que hacen falta más medios para «limpiar las calles con la velocidad necesaria» y para ayudar a las personas que vivían en las plantas bajas, muchas de ellas mayores «que no pueden rellenar la documentación» para las ayudas.