Por Miguel Ángel Gayo Macías |
Oswiecim (Polonia) (EuroEFE).- Naftali Fürst era un niño cuando llegó con toda su familia al campo de concentración nazi de Auschwitz. Han pasado 80 años desde su liberación y tiene un único deseo: que el antisemitismo «no vuelva a crecer» en el mundo.
«Siento la obligación de contarlo todo y de contribuir a que el antisemitismo no vuelva a crecer» en el mundo, dijo a EFE en un breve encuentro el superviviente del Holocausto, nacido en 1932 en Bratislava (la actual capital de Eslovaquia).
Al acudir de nuevo al antiguo campo de concentración nazi de Auschwitz, Naftali revive los horrores que vivió al llegar allí en 1944, cuando solo tenía 12 años.
Recuerda cómo los soldados de las SS gritaban a los prisioneros; a los perros doberman, y las filas en las que Josef Mengele, conocido como «el ángel de la muerte» o como el «médico de Auschwitz», separaba a los niños de sus familias.
La supervivencia de Fürst fue milagrosa. Llegó a Auschwitz un día después de que el jefe de las SS, Heinrich Himmler, ordenara el cese del uso de las cámaras de gas.
Una fotografía testigo del horror

Su hermano mayor Shmuel y él no tardaron en ser separados del resto de su familia y trasladados al bloque 66, denominado «bloque de los niños», en el extremo inferior del «pequeño campo» de Buchenwald, en Alemania.
Para ello, los dos niños tuvieron que sobrevivir a una «marcha de la muerte» y un traslado forzoso en un vagón de tren para ganado con temperaturas de 25 grados bajo cero.
Cuando el Ejército estadounidense liberó el campo de concentración en abril de 1945, Naftali se encontraba gravemente enfermo.
Corresponsales de guerra estadounidenses fotografiaron poco después de la liberación a prisioneros demacrados en uno de los barracones el campo, una de las imágenes que sirvieron de prueba del horror cometido por la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, Naftali se reconoció a sí mismo en la foto.
«El antisemitismo nunca desaparecerá del todo»

Entre los supervivientes que han acudido a Auschwitz con motivo del aniversario también está Haim Gar Or, de 84 años.
Nacido en Rumanía en 1940 en un ambiente «muy antisemita», sostuvo en declaraciones a EFE que el pueblo judío aún «es odiado en demasiados países«.
Teme que el antisemitismo «nunca desaparecerá del todo«, por lo que cree que los judíos «no tienen que depender de nadie, solo de nosotros mismos», para lograr que no vuelva a ocurrir la Shoá (el Holocausto) nunca más.
Durante la Segunda Guerra Mundial, su padre fue llevado a un campo de trabajo y su familia fue expulsada de su casa, que fue entregada a gentiles (no judíos).
Después de un sinfín de vicisitudes, al terminar la guerra la familia pudo reunirse de nuevo, pero el padre de Haim estaba «destrozado física y mentalmente».
En 1950, Haim emigró a Israel junto a sus padres y su hermana, y hoy se siente orgulloso de haber sobrevivido al Holocausto, haber fundado una familia y haberse establecido en un país que puede llamar suyo.
Nombres rescatados del olvido
En el bloque 27 de Auschwitz, donde coincidieron recientemente Naftali Fürst y Haim para participar en la Marcha de los Vivos, se encuentra el Libro de los Nombres, una lista creada por Yad Vashem, la institución israelí para la memoria del Holocausto.
Es el fruto de un trabajo meticuloso para recuperar las identidades de los más de seis millones de judíos asesinados durante la II Guerra Mundial.
Esta organización ha logrado documentar aproximadamente 4,8 millones de nombres hasta la fecha. Lejos de ser un simple registro, el libro busca disipar el anonimato del «número inconcebible» de víctimas, describiendo brevemente sus vidas.
Las miles de páginas, que alcanzan el metro de altura, llenan una habitación a la que acuden descendientes de las víctimas para pasar los dedos sobre el nombre escrito de su familiar, que al menos así pervivirá para siempre.
Las últimas hojas vacías del libro son un símbolo desgarrador de los nombres que nunca serán recuperados.
La superviviente Ella Katz, que siendo una niña sobrevivió sola escondiéndose en los bosques durante tres años y cuya abuela fue asesinada en Auschwitz, cuenta cómo «lloró desconsoladamente» al encontrar el nombre de su familiar en el libro.
A su alrededor, otros expresaban con llantos o con lágrimas silenciosas el choque emocional de tener ante sí el nombre de alguien que desapareció en este lugar pero sigue vivo en su recuerdo.